Cynthia Stanley siempre ha sido un complejo por su apariencia. Se consideraba fea,
odiaba su nariz y le costó mucho soportar el ridículo toda su vida. Las malas
lenguas la llamaron “Pinocho”, y su nariz fue comparada con una pista de esquí.
Al mismo tiempo, Cynthia era una mujer casada y madre de dos hijas.
Más de una vez dijo, medio en broma, medio en serio, que si lograba ganar la lotería,
sin duda acudiría a un cirujano plástico. Al final, su esposo e hijos decidieron
cumplir su sueño y la convencieron de escribir para el famoso programa de entrevistas
estadounidense “Doctors” (Los Doctores). Cynthia contó toda la verdad en la carta:
lo sola que se siente por su apariencia, lo difícil que es comunicarse con la gente
y cómo necesita estos cambios. ¡Y le creyeron!
El marido recuerda: “A mí no me molestaba la nariz, a ella sola le molestaba, y
este enfrentamiento dura 48 años”.
Pero al ver cómo se iluminaban los ojos de su esposa, John la apoyó. Además de la
rinoplastia, Cynthia pasó por el sillón del dentista, corrigió su sonrisa, se hizo
un lifting e inyecciones de botox. También le trasplantaron folículos pilosos y
le agrandaron los senos.
Cuando la mujer se vio por primera vez en el espejo después de la operación, no
pudo contener las lágrimas: “¡Doy gracias a Dios y a esta gente todos los días
por lo que me hicieron en la cara!”.
El esposo notó que su esposa se volvió más segura de sí misma y de su apariencia
después de la operación. Aunque amaba a Cynthia sin todos estos cambios,
independientemente de la forma de su nariz.
“Para mí, ella siempre será la joven con la que me casé. En mi opinión, ella
no ha cambiado”, dice John.
Es una bendición tener un marido así. Felicidad a los 48 años por cumplir por
fin un ansiado sueño. La felicidad de sentirse una mujer hermosa. La cirugía
plástica tiene dos caras de la moneda, pero en este caso se ha justificado plenamente.