Vivo en un pueblo pequeño, en un apartamento de dos
habitaciones con una maravillosa vista al parque
desde las ventanas. Mis familiares vienen a menudo
a quedarse conmigo. Esta vez mi prima me llamó y me
preguntó si ella y su familia podían venir a mi
casa por una semana. Acepté porque extrañaba mucho
a mi familia. Hablamos del día de su llegada y preparé todo para su visita.
Desgraciadamente no podía ausentarme del trabajo,
pero no me importaba porque podíamos pasar las
tardes juntos e ir al parque. Preparé una habitación
separada para mis seres queridos y cenamos todos
juntos en un ambiente cálido antes de
acostarnos en nuestros respectivos lugares.
Temprano en la mañana me levanté para preparar
el desayuno antes de irme a trabajar. Le entregué
las llaves a mi hermana y le dije que se sintiera
como en casa. Esto resultó ser un gran error.
Cuando llegué a casa del trabajo con una gran
bolsa de bocadillos para los niños, me quedé
sin palabras cuando entré al apartamento.
Nunca antes había visto semejante desastre.
Mis cosas estaban esparcidas desde el pasillo
hasta la cocina. Había manchas por todas partes
y un montón de platos sucios llenaban el fregadero.
Al lado del cubo de basura había unos cuantos
vasos rotos. No pude contener mis emociones
y con enojo les recordé a mis seres queridos
que sentirse como en casa no significaba
convertir el lugar en una pocilga. Prometieron
limpiar y ordenar todo. Como mi humor para cenar
se había estropeado, decidí ir a mi habitación y mirar televisión.
Intenté encenderlo, pero no funcionó.
Fue entonces cuando me di cuenta de que alguien
había arrancado el enchufe del enchufe, ¡junto con
el enchufe mismo! No podía creer lo que veía !
Estaba furioso, sobre todo porque acababa de terminar
de pagar la televisión. Llamé a mi hermana
y le pregunté quién había hecho esto.
Ella me dijo tranquilamente que eran los niños los que
estaban jugando. Cuando exigí que me devolvieran el
dinero, ella se negó, diciendo que era una vergüenza
pedirles dinero a sus propios sobrinos y sobrinas.
No me sentí culpable y les pedí que se fueran lo
antes posible, incluso dándoles dinero para un hotel.
Al día siguiente, mi teléfono sonaba sin parar con
llamadas de familiares que me acusaban de diversas
irregularidades e insistían en que había actuado
incorrectamente. Todos decían que la familia es
más importante que las posesiones materiales.
¡Mi paciencia simplemente se estaba acabando!