Convertirse en madre es un viaje extraordinario en la vida de una mujer.
Una vez me imaginé abrazando a mi recién nacido,
tranquilizándolo para que se durmiera y cantándole
canciones de cuna. Sin embargo, no todos los sueños
se hacen realidad, ya que la infertilidad se convirtió en un desafío inesperado.
La infertilidad me golpeó como un puñetazo y me dejó
sintiéndome impotente. Me pregunté por qué
Dios parecía tan duro. ¿Por qué mis oraciones quedaron sin respuesta?
Mi fe en la oración y en Dios disminuyó, pero
al día siguiente ocurrió un hecho peculiar:
un niño pequeño dormía tranquilamente en mi habitación, mi bebé.
Mi esposo y yo enfrentamos la dura realidad de
no tener hijos. Las conversaciones con Meryl,
nuestra ama de llaves con un historial de luchas,
me brindaron consuelo y me hicieron sentir menos sola.
Aunque Meryl me animó a creer en Dios, mi escepticismo
persistió. Todo cambió después de descubrir mi infertilidad.
Al regresar a casa, encontré una nota junto a un chico
encantador en mi habitación, afirmando
que era mi futuro hijo, un error de Meryl.
Confundidos y con Meryl inalcanzable, buscamos ayuda
de las autoridades, lo que llevó a la
adopción del niño en nuestra familia.
Preocupada por revelarle la verdad a Adrián, nuestro
hijo adoptivo, busqué apoyo en la iglesia,
temiendo la posible pérdida de mi hijo.
Finalmente, compartimos la verdad con Adrian, quien lo
sospechaba. Quería encontrar a sus padres biológicos,
lo que nos llevó hasta Meryl, su abuela.
Una conversación sincera entre Adrian y su abuela, Meryl,
generó un vínculo sanador que nos dejó a Josh y a mí llorando.
Las dificultades del pasado fueron desgarradoras,
pero aprendieron a apreciar las bendiciones de la vida.
Ahora, como familia unida, atesoramos el amor y el perdón
que define nuestro presente, agradecidos por el viaje que nos unió.