Mi infancia no fue fácil. Cuando tenía 10 años,
mi padre se fue. Mi madre tuvo que criar sola a dos
hijos. Fui un niño desobediente desde muy pequeño y
mi madre tenía dificultades para cuidar de mí.
Pero después de que mi padre se fue, traté de ayudarlo.
Cuidé a mi hermana pequeña cuando mi madre estaba en el trabajo.
Amaba profundamente a mi hermana Hanna. Ella fue un rayo
de luz en nuestra difícil vida. Mi madre enfermaba a menudo,
pero nunca nos olvidó. Íbamos al parque a hacer picnic todos
los días. Nos sentamos sobre la hierba verde. Yo comía fruta
y mi madre le daba a mi hermana papilla. Estábamos jugando
en el parque infantil. Por la noche, mi madre nos contaba
cuentos antes de dormir, normalmente cuentos que ella
misma inventaba. Mi hermana y yo siempre esperábamos
con ansias estas veladas para escuchar estas interesantes historias.
Un día mi madre fue a la tienda y no volvió.
Antes de irse, dijo: “Stas, voy a la tienda
a comprar comida. Cuida a tu hermana. Vuelvo pronto.
Estas son sus últimas palabras. Antes de eso, sufría
fuertes dolores de cabeza. Cuando ella no regresó,
el pánico se apoderó de mí. No sabía qué hacer.
Cuidé a mi hermana, la alimenté, la bañé. Han pasado
dos semanas y se nos han acabado los suministros.
Jane también enfermó; Tenía fiebre alta y llamaba
a nuestra madre constantemente. No podía comprarle
medicamentos porque no sabía qué tomar ni cuánto darle.
Decidí llamar a una ambulancia. Sabía que no nos
dejarían en casa y nos llevarían a un hogar de niños.
Me permitieron ver a mi hermana todas las semanas,
pero pronto me informaron que era adoptada.
Estaba feliz por ella, pero la extrañaba muchísimo.
Unos meses más tarde, yo también fui adoptada.
Nunca volví a saber de mi hermana. Siempre estuve
seguro de que ella me había olvidado. Cuando nos
separamos, ella sólo tenía 4 años. Han pasado muchos años.
Me gradué de la universidad y me casé. Tuve una hija a
la que le puse el nombre de mi hermana desaparecida.
Cuando Sveta tenía tres años, la llevé a la guardería.
Una chica nos recibió allí. Inmediatamente la reconocí
como mi hermana pequeña. «Sveta, ¿eres tú?» Pregunté,
apenas creyendo lo que veía. —¡Stas! La niña corrió
hacia mí y me abrazó. Resulta que ella se acordó de
mí y hasta me buscó pero no me encontró. Ella siempre
había soñado con encontrarme. Se la presenté
a mi familia y mi hija estuvo encantada de conocer a su tía.