Me convertí en madre soltera de dos hijos, un hijo y una hija,
desde que mi esposo nos dejó hace nueve años. Mi hijo
tenía catorce años y mi hija dieciséis en ese momento.
Fue un desafío criarlos yo sola, pero siempre se
portaron bien y fueron obedientes. Mi hija decidió
dedicarse a su amor por el arte y fue a la universidad
en otra ciudad. Al principio me visitaba con frecuencia,
pero con el tiempo estas visitas se hicieron menos frecuentes.
Un día, mi hija regresó inesperadamente a casa con un
bebé en brazos. Me quedé asombrado al saber que mi
hija de dieciséis años tenía un hijo y no tenía
conocimiento previo de su embarazo. Estaba desconcertado
y no podía entender cómo pudo haber sucedido esto.
Mi hija me explicó que se había enamorado de un
chico de su universidad que era un año mayor que ella.
Empezaron a salir y dos meses después ella quedó
embarazada. El niño no quería tener hijos y
le pidió que se deshiciera del bebé.
Sin embargo, mi hija decidió quedarse con el niño
pero tenía miedo de volver a casa y enfrentar mi reacción.
Hace cuatro días dio a luz a un niño y regresó a casa
de sus padres porque no tenía adónde ir. A pesar de
mi enojo, no pude rechazar a mi hija y a mi nieto.
Le prometí apoyarla en el cuidado del niño y ella pasó
a la educación a distancia para pasar más tiempo con su hijo.
Vi cuánto amaba mi hija a su hijo y la admiré por
convertirse en una madre responsable a una edad
tan temprana. Hicimos todo lo que pudimos para
cuidar al niño y administrar nuestra casa.
No fue fácil, pero logramos superar nuestros
desafíos y fortalecer nuestro vínculo.
Me di cuenta de que no podía guardarle rencor
a mi hija para siempre y que teníamos que
trabajar juntas para superar cualquier obstáculo en nuestras vidas.