En el invierno de 1953, dos arqueólogos, Maurice Moisson y René Joffreau, hicieron un hallazgo extraordinario: una tumba principesca en Vix (Côte d’Or).
En esta tumba yacía para siempre una princesa celta del siglo VI a.C., perteneciente a una sociedad considerada «bárbara» en relación con los mundos helenístico y etrusco. Bajo la gigantesca montaña artificial, la cámara funeraria presentaba una disposición desproporcionada e inimaginable, con muebles funerarios de gran magnitud.
El elemento central era un cráter decorado con gorgonas y frisos de hoplitas: un enorme jarrón de bronce que pesaba más de 200 kilogramos, con una capacidad de más de mil litros, siendo el más grande legado de la Antigüedad. También se encontraban una filacteria de plata (copa), un ánfora, tazones de bronce y un excepcional artefacto de oro. Esta tumba representa el mayor descubrimiento celta del siglo XX en Francia.