Ernesto, de ocho años, lleno de alegría, se paró en la acera al ver a
la señora Carlota abriendo su tienda. Anteriormente, había estado ansioso
al ver un cartel de “cerrado” debido a la enfermedad de la señora Carlota,
temiendo que eso pudiera arruinar su sueño de trabajar allí. Un encuentro
casual con una amable anciana llevó a Ernesto a solicitar un trabajo,
mostrando las habilidades que aprendió de su madre.
La señora Carlota se rió de la inocencia de Ernesto y se preguntó cuánto
esperaba que le pagaran si lo contrataban. Para su sorpresa, Ernesto
rechazó el pago y expresó su deseo de recibir un ramo de flores para
el próximo cumpleaños de su madre. Su razonamiento era que el trabajo
duro debería ser el camino para alcanzar los sueños,
y buscó con entusiasmo empleo para el regalo floral.
Impresionada, la señora Carlota contrató a Ernesto y pasaron
una semana creando ramos de flores después de la escuela,
trayendo alegría a los clientes y prosperidad al negocio.
Su relación laboral evolucionó hacia una amistad,
y el último día de Ernesto, doña Carlota lo consideró como un nieto.
Cuando Ernesto se fue con un ramo cuidadosamente elaborado, la señora
Carlota lo invitó a visitarlo y le expresó el deseo de verlo nuevamente
en la tienda. Lleno de alegría, Ernesto corrió a casa para sorprender
a su mamá en su cumpleaños con un sincero regalo.
Samantha, conmovida por el gesto, le preguntó de dónde sacó el dinero.
Ernesto compartió la historia de su arduo trabajo, amor por su madre
y negativa a aceptar el pago. Al presentar el ramo, descubrió un sobre
con $1,100, colocado por error por la señora Carlota.
Juntos devolvieron el dinero, pero doña Carlota insistió en que
era un regalo de cumpleaños para ellos. Agradecida, Samantha la
invitó a cenar y celebraron juntas. Finalmente, Samantha se unió
a la señora Carlota en su tienda los fines de semana, formando
una conexión significativa. La señora Carlota elogió a Samantha
por criar a un hijo compasivo y de gran corazón, y contó la
sincera promesa de Ernesto de trabajar duro y cuidar de su madre.
La historia terminó con Samantha sonriendo entre lágrimas ante
la genuina bondad que se había manifestado.